Por Eduardo León.
Conforme más observo largometrajes de festivales
contemporáneos, más se agranda mi impresión y reconfortan mis sentidos, sobre
la fractura en el canon fílmico del nuevo oleaje de realizadores
cinematográficos, en comparación con las corrientes de cine del nostálgico
siglo XX.
Irrupciones como el Neorrealismo Italiano, El Nuevo Cine
Alemán o el Free Cinema Inglés, desde este faro en la cúspide del 2018,
pareciera desconocerse el estilo narrativo y el impacto de aquellos periodos
cinematográficos, ante el rodaje actual de obras experimentales que desvisten
nuestro lado moral.
Esto me lleva a pensar en lo que alguna vez mencionó Jim
Jarmusch sobre la originalidad: Nada es
original. Roba de cualquier sitio que te llene de inspiración o alimente tu
imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros,
pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones intrascendentes,
arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, ríos, luces y
sombras…
Este saqueo inventivo, luce salpicante en la obra del
cineasta francés Yann González, quien presentó en el XVI Festival Internacional
de Cine de Morelia, su más reciente espécimen fílmico bautizado Un couteau dans le ceur, nominada a la
Palma de Oro y a la Palma Queer en el
Festival de Cannes del 2018.
Para poder anudar la introducción del texto a mi opinión
sobre este filme, redactaré unas someras líneas respecto a la trama: En París
de 1979, Anne Parèze (Vanessa Paradis) es una productora de películas porno gay
quien intenta mantener su destructivo amorío con Loïs McKenna (Kate Moran).
Hundida en el desamor y póstumo a una serie de extraños asesinatos, Anne
comienza a viciar su realidad, filmando metrajes homosexuales con los
acontecimientos sanguinolentos que circundan su panorama.
Entonces, con esta trama que lleva inmersa al cine dentro
del mismo cine, el director González nos obsequia un artificio altamente
sugerente para cada uno de nuestros sentidos; desde el añorante diseño de
producción y decoración del set, fielmente recreado a los años setenta; hasta
la composición sonora en la que palpita toda una revolución ideológica-juvenil
de la época, vista en la sexualidad libertina, los conflictos íntimos, el
extravío anímico y la posesión del inconsciente en los desquiciantes excesos
nocturnos.
Visual y propositivamente la película (escrita por Yann
González y Cristiano Mangione), abraza y seduce las tantas subjetividades
asistentes a la función. Recorre sin tapujos cada uno de los actos en el
desdoble de su argumento, el cual, rumbo al clímax, se agrieta y el ritmo de la
película pareciera agotarse. Sin embargo, no ahoga al recorrido previo, ni
mucho menos a la manifestación de autenticidad del cineasta.
La estética fotográfica, la estructuración de los
personajes, los diálogos y el formato visual anacrónico que le da esos latidos
de largometraje setentero. Para mí resultaron todo un deleite visual, sin olvidar
la incitante atmósfera en los recintos donde se gesta la libertad en cada
movimiento corpóreo dentro de la excitante masa de baile.
La
daga en el corazón, observa de lejos la construcción
esquemática habitual para hacer cine, lo cual podrá acribillarla como una obra
pretenciosa por encariñarse con la imagen y no con el discurso en algunos
momentos. A final de cuentas será hasta el siguiente año cuando tengan la
posibilidad de ser arrastrados por esta grotesca risotada sexual. Por lo tanto,
coincido en que esta película es otra más de los mindfuck actuales que tienen derecho a arrebatar 110 minutos de nuestra
rutinaria existencia.
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